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LAS CONSTELACIONES DESPUÉS DE PTOLOMEO
Daniel Marín Arcones |
El
Almagesto
de Ptolomeo fue la obra cumbre de la astronomía
clásica. Los Fenómenos
y el Almagesto fueron traducido por los árabes en numerosas ocasiones
durante los siglos X-XV, los cuales desarrollaron una importante actividad
astronómica, en la que destacan los astrónomos Al Battani (Albatagenius,
958-929, aprox.) y Al Sufi (903-986), así como las Tablas Toledanas del
siglo XI, confeccionadas por Al Zarqali, o las famosas Tablas Alfonsinas,
redactadas por orden de Alfonso X de Castilla (1226-1284) gracias a los conocimientos
aportados por los musulmanes de Al Ándalus, que ayudaron a diseminar por toda
Europa el saber astronómico que se había perdido tras la caída del Imperio
Romano.
(Ver ASTRONOMÍA ÁRABE)
EL ATLAS DE FARNESE
Aparte de la descripción de constelaciones, durante la antigüedad ya se intentó representar gráficamente las estrellas, aunque pocas obras nos han llegado. Destacan entre ellas las esferas celestes, globos donde las constelaciones se representaban al revés, es decir, como si el observador estuviera situado fuera de la esfera. Es representativo a este respecto el Atlas de Farnese, que data del siglo II d.C., en el que aparece Atlas sosteniendo la esfera celeste. En esta esfera aparecen representadas 41 constelaciones clásicas (en realidad son 42, pero la mano de Atlas tapa una de ellas), aunque no las estrellas individuales. Se trata del mapa celeste más antiguo de las constelaciones occidentales que ha llegado hasta nosotros. Probablemente, el original que ha sobrevivido es en realidad una copia realizada durante el periodo romano de una obra más antigua, quizás del siglo II a.C. Recientemente se ha sugerido (Schaefer, 2005) que se trata de las constelaciones del desparecido catálogo de Hiparco, catálogo que sería usado por Ptolomeo como base de su trabajo. Otros globos celestes grecorromanos son los globos de Mainz y Kugel.
Atlas de Farnese
Otra forma de representar el cielo fue la esfera armilar, que en vez de un globo sólido, era una estructura abierta en la que sólo figuraban círculos de coordenadas. En 1499, la obra de Arato fue publicada de nuevo en Europa con gran aceptación. Muchas de estas versiones estaban basadas en un manuscrito ilustrado del siglo IX de la versión Germanicus Caesar, que sirvió de inspiración para autores posteriores, como es el caso de Aratea (1600), del holandés Hugo Grotius, con bellos grabados de las constelaciones creados por Jacobus De Gheyn.
Los viajes de exploración europeos desde mediados del siglo XV en adelante marcarán un punto de inflexión en la historia de las constelaciones, ya que por primera vez desde la Antigüedad Clásica, se crearon constelaciones nuevas, principalmente debido a la necesidad de cartografiar las anteriormente desconocidas regiones de los cielos del hemisferio sur. A mediados del siglo XV, durante las primeras expediciones portuguesas hacia el sur de África para encontrar una ruta hacia las Indias, los navegantes informaron de nuevas estrellas nunca vistas desde Europa. En 1515, el italiano Andrea Corsali describe por primera vez la Cruz del Sur en una expedición portuguesa a la costa oriental de África, constelación ya avistada por Magallanes y Elcano. En esa misma fecha Albrecht Dürer publica el primer atlas celeste moderno.
LAS NUEVAS CONSTELACIONES HOLANDESAS
En el siglo XVI será de especial relevancia será la figura de Petrus Plancius (Pieter Platevoet, 1552-1622), teólogo y cartógrafo holandés que trabajó para la famosa Compañía de las Indias Orientales.
Gracias a su trabajo, Plancius poseía información de primera mano de las "nuevas" constelaciones avistadas por los marinos. Creador de bellos mapas y globos celestes, ya en 1589 introdujo las Nubes de Magallanes, la Cruz del Sur y el Triángulo Antártico (esta última constelación actualmente desaparecida). En un mapa terrestre de 1592 incluyó dos nuevas constelaciones: la Paloma (Columba) y Polophylax, hoy también desaparecida. Plancius contribuyó decisivamente en la expedición de los exploradores holandeses Frederick de Houtman y Pieter Dirkszoon Keyser. A este último le encomendó la tarea de cartografiar nuevas estrellas durante la primera expedición holandesa al sudeste asiático e Indonesia, atravesando el Océano Índico, viaje que sería conocido como Eerste Schipvaart, "la Primera Travesía", que tendría lugar de 1595 a 1597 Aunque Keyser murió en la expedición, cumplió la tarea encomendada por Plancius y registró unas 130 estrellas que agrupó en 12 nuevas constelaciones. En 1598, Plancius corrigió la posición de la Cruz del Sur y añadió las nuevas constelaciones en un globo celeste, al igual que otro cartógrafo holandés, Jadocus Hondius, en 1600.
A su regreso, Houtman trajo consigo más información sobre las nuevas constelaciones. Éstas son el Triángulo Austral (Triangulum Australe), Tucán (Tucana), Pavo, Camaleón (Chamaeleon), la Grulla (Grus), la Serpiente de Agua (Hydrus, pareja del sexo opuesto de la constelación de Hydra), el Pez Volador (Volans), el Indio (Indus), la Mosca (Musca), el Fénix (Phoenix), el Ave del Paraíso (Apus) y la Carpa Dorada (Doradus). En 1612 el propio Plancius publicó un nuevo globo donde introdujo 8 nuevas constelaciones en el cielo del hemisferio norte, de las cuales han sobrevivido hasta nuestros días tres: la Jirafa (Camelopardalis) y el Unicornio (Monoceros), además de la Paloma (Columba), introducida en 1592. Las figuras de Plancius, Keyser y Houtman han sido injustamente tratadas por la historia, ya que como veremos, sus constelaciones serían popularizadas posteriormente gracias a la obra de Bayer y Bartsch, a quienes se le otorga muchas veces el mérito de su invención.
Johann Bayer
(1572-1625), abogado y aficionado a la astronomía bávaro
fue el primero que plasmó la esfera celeste en un
mapa de forma precisa con métodos de proyección
matemáticos. Esta tarea
es más complicada de lo que pudiera parecer, ya que representar una esfera
(tres dimensiones) en un mapa (dos dimensiones), requiere unos conocimientos
matemáticos mínimos
para obtener un resultado no muy distorsionado.
Bayer
se basó en las observaciones del astrónomo y noble danés Tycho Brahe
(1546-1601), el cual obtuvo posiciones más precisas (hasta un minuto de arco)
que las del Almagesto, pese a trabajar también a simple vista. Tycho dio
a la Cabellera de Berenice la categoría de constelación (aunque el asterismo
era conocido desde la
antigüedad, siendo representado por primera vez en 1536 en un
globo del alemán Caspar Vopel).
Su nombre entraría en la historia por la puerta
grande al suministrar los datos necesarios para que Kepler desarrollase su
revolucionaria teoría acerca del movimiento de los planetas. Realizó sus
observaciones desde un palacio al que denominó Uraniborg (“Castillo Celeste”),
en la isla danesa de Hven, cedida por el rey Federico II. Los datos de sus
observaciones fueron publicados en el catálogo Progymnasmata (1602), que
incluía 777 estrellas, luego ampliado con 223 estrellas más.
La obra de Bayer fue denominada Uranometria
(publicada en 1603) e incluía
las
doce constelaciones sureñas
introducidas por Frederick de Houtman y Pietr
Dirksz Keyser (aunque no
tenían la misma precisión, ya que para éstas Bayer carecía de datos de Tycho), además de una creada por Plancius, la Paloma
(Columba).
Bayer también introdujo la costumbre
de denominar a las estrellas más brillantes de cada constelación con letras del
alfabeto griego. Aunque en la mayor parte de casos siguió un orden decreciente
de magnitud (α más brillante que β), para ciertas constelaciones siguió el orden
de la forma del asterismo, como es el caso de la Osa
Mayor, o bien utilizó el criterio de denominar α a la estrella situada más
al norte,
en el caso de Orión.
Hay
que destacar que Bayer no fue el primero en
distinguir a cada estrella con una letra de forma sistemática. Este honor le corresponde al
italiano Alessandro Piccolomini (1508-1578), quien en su atlas De le Stelle
Fisse (1540) introdujo letras latinas para cada estrella, además de representar las constelaciones de forma
precisa por primera vez, sin recurrir a la figura mitológica asociada.
El sistema de catalogación marcó una gran diferencia frente al método tradicional de describirlas según su posición respecto a la figura imaginaria de la constelación (por ejemplo, “la estrella en la punta de la cola”). Esto explica el interés puesto en todos los mapas celestes clásicos por dibujar las figuras mitológicas de forma detallada, ya que cada astrónomo debía conocer bien la “anatomía” asociada cada constelación para identificar las estrellas correctamente.
Perseo en el Uranometría
El Renacimiento también fue testigo de un nuevo auge de globos celestes, entre los que cabe mencionar los de Gerard Mercator (1551), Petrus Plancius (1598) y Willem Blaeu (1598 y 1616). En concreto y como ya hemos señlalado, los globos de Plancius hacían uso de las nuevas posiciones estelares calculadas por Tycho Brahe cinco años antes de que Bayer las publicase en su atlas, además de incluir nuevas constelaciones del hemisferio sur y otras originales que no perduraron, como Cancer Minor.
En 1624, el astrónomo alemán Jacob Bartsch (1600-1633) añadió cuatro constelaciones nuevas: Reticulum (Retículo) (Bartsch la denominó “Rombo”, y fue introducida con el nombre de Retículo por Lacaille) y Vulpecula (Zorrilla, constelación popularizada por Hevelius). También incluyó constelaciones de Plancius: el Unicornio (Monoceros) y la Jirafa (Camelopardalis), constelaciones de las que a veces es citado erróneamente como autor, debido a que Bartsch era ajeno a la obra de Plancius y conoció estas nuevas constelaciones a través del astrónomo alemán Isaac Habrecht, quien se basó en el globo de 1612. La obra de Bartsch fue bastante popular en su época, a diferencia de los globos celestes de Plancius, lo que explica este error.
Posteriormente,
el alemán Johannes Hevelius
(1611-1687)
fue el autor del atlas Firmamentum
Sobiescianum,
publicado póstumamente en 1690,
basado en las mediciones de alta precisión realizadas por él
mismo a simple vista desde la ciudad de Danzig (actualmente en Polonia), que
publicó en un catálogo de 1564 estrellas llamado Prodromus Astronomiae,
publicado en 1690. El atlas de Hevelius introdujo
siete nuevas constelaciones, Canes
Venatici (Perros de Caza), Lacerta (El Lagarto), Leo Minor, Lynx
(Lince), Sextans (Sextante), Vulpecula (la Zorrilla) o Scutum (Escudo), además de cuatro desaparecidas en la actualidad:
Anser, Maenalus Mons, Triangulum Minor
y Cerberus.
Hevelius en su observatorio y la constelación de Escorpio en su atlas
El
siguiente atlas celeste destacable fue el Atlas Coelestis de John
Flamsteed (1646-1719), el primer Royal Astronomer, basado en las
posiciones medidas con telescopio publicadas en el Britannic Catalogue,
también de Flamsteed, ambos publicados después de su muerte (1729). El astrónomo francés Joseph Jerome de Lalande (1732-1807)
introdujo el “número de Flamsteed” en una edición francesa del atlas. Este número
se le asigna a las estrellas más brillantes de una constelación en orden de
ascensión recta, y es independiente de la clasificación
por letras de Bayer. Lalande
introdujo también una constelación que no tuvo éxito posterior: Felis
(el Gato).
En 1750 el abad Nicolas
Louis de Lacaille
(1713-1762)
realizó una
visita al Cabo de Buena Esperanza para cartografiar con precisión las estrellas
del hemisferio sur.
Catalogó más de 9000
estrellas e
introdujo
catorce nuevas constelaciones: Sculptor (originalmente
Taller del Escultor), Fornax (Horno), Caelum (Buril), Pictor (originalmente
se denominó Caballete del Pintor), Pyxis (Brújula), Antlia
(Máquina Neumática), Telescopium, Microscopium, Norma (Regla), Reticulum,
Horologium (Reloj), Circinus (Compás), Mensa (Monte de la
Mesa, situado al sur de la Ciudad del Cabo, donde Lacaille realizó sus
observaciones) y Octans (Octante, la constelación donde está situado el
polo sur celeste).
Además dividió la gran constelación clásica de Argo Navis en tres más pequeñas.
Es
destacable también el trabajo del alemán Johann Elert Bode (1747-1826), autor
del atlas Uranographia (1801). Esta fue la primera obra en la que aparecieron
fronteras para delimitar las constelaciones. Hasta ese momento, había
muchísimas regiones en el cielo que no se sabía a que constelaciones
pertenecían, dándose el caso que muchas estrellas podían pertenecer a dos o más
constelaciones a la vez.
En 1922 la Unión Astronómica Internacional (IAU), fijó la lista definitiva de 88 constelaciones en la primera asamblea general de la organización. En 1930, gracias al trabajo del belga Eugene Delporte, se delimitaron claramente las fronteras entre ellas (en muchos casos, de forma inevitable, el criterio fue bastante subjetivo), siguiendo las coordenadas de ascensión recta y declinación correspondientes al equinoccio 1875.0, con lo cual dichas fronteras se van desplazando respecto al sistema de coordenadas actual debido a la precesión de los equinoccios.
LAS CONSTELACIONES DESAPARECIDAS
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