TAURO (y Pléyades)

 

Daniel Marín Arcones


 

 

    Pocas constelaciones existen tan características como ésta, gracias a su forma inconfundible, que recuerda la cabeza astada de un toro, y a su estrella principal, la roja Aldebarán rodeada por el cúmulo de estrellas de las Híades, a lo que se añade el hecho de ser zodiacal. Su origen es mesopotámico, aunque es muy probable que sea mucho más antigua. Aunque en la actualidad a las Pléyades se las considera parte de esta constelación, antes se las tenía como un asterismo independiente, por lo que las veremos a parte.

 

Tauro (Cartes du Ciel)

 

Arato se hacía eco de la facilidad con que se puede distinguir esta constelación:

 

A los pies del Cochero se puede escudriñar, extendido, al astudo toro; las estrellas están dispuestas de una manera muy semejante a éste; así es como le ha sido perfectamente delimitada la cabeza. Y no hay quien precise descubrir la cabeza del buey con ayuda de otra constelación: tan bien lo modelan las estrellas mismas que giran sobre sus dos lados. Su nombre se pronuncia a menudo: las nada desconocidas Híades; las cuales han sido esparcidas por toda la frente del Toro. Una misma estrella ocupa la punta de su cuerno izquierdo y el pie derecho del vecino Cochero, y marchan arrastradas al mismo tiempo1; pero el Toro desciende siempre más rápida que el Cochero hacia el otro borde del horizonte, aunque se haya levantado al mismo tiempo.

 

                                   Fenómenos, 166-178

 

Notas:

1)      Se trata de β Tau, Elnath, en árabe “el que embiste”.

 

Aldebarán y las Hiades

 

Eratóstenes identificará a esta constelación con varios toros de la mitología griega, aunque sin decantarse por ningún mito en concreto, prueba probablemente del origen extranjero a la civilización griega de esta constelación:

 

Se dice que pasó a formar parte de las constelaciones por haber llevado a Europa desde Fenicia hasta Creta a través del mar, de acuerdo con lo que cuenta Eurípides1 en su obra Frixo2. Por tal acción fue premiado por Zeus y convertido en una de las más brillantes estrellas. Otros autores sostienen que se trata de una vaca, una réplica de Io. La constelación fue predilecta de Zeus en honor de aquella. Las llamadas Híades rodean con su figura la testuz de Tauro.(Estas Híades son unas ninfas de Dodona3, conocidas como nodrizas de Dioniso; entregaron al niño a Ino, por miedo a Hera, cuando Licurgo4 se puso a perseguirlas porque estaban en compañía del dios y se dedicaban a cultivar la vid. Algunos autores les han asignado nombre propio, tales como Ambrosía, Eudora, Fésile, y otros parecidos. Otros, en cambio, sostienen que las Híades son bacantes nodrizas de Dioniso; de ahí que llamen al dios Hiante, o bien porque son una señal que presagia las lluvias, o porque tenían un hermano de nombre Hiante, o porque se asemejan a la forma de la letra Y.)

Junto al corte del lomo de Tauro se encuentran las Pléyades, formadas por siete estrellas, de ahí que también se las conozca con el nombre de heptásteras. Sólo seis son visibles, pues la séptima es de luz muy tenue.

La constelación de Tauro tiene siete estrellas sobre su cabeza, que se arrastran por sí mismas dirigiendo la cabeza hacia atrás. Lleva una sobre el nacimiento de cada uno de los cuernos (la del izquierdo es más brillante), una encima de cada ojo, otra sobre los ollares, una en cada hombro. Éstas componen el grupo de las llamadas Híades. Tiene también una sobre la rodilla izquierda en su parte delantera, una en cada pezuña, una sobre la rodilla de la pata derecha, dos en el cuello, tres en el espinazo –la más brillante de éstas es la que está en el extremo-, una debajo del vientre y una muy brillante en el pecho. Suman un total de diecinueve.

 

                                   Catasterismos

 

Notas:

1)      480-406 a.C., uno de los tres grandes trágicos griegos.

2)      Hijo de Atamante, rey de Orcómeno, y Néfele. Su madrastra Ino convenció al rey de que sacrificase a Zeus a sus dos hijos, Frixo y Hele, que fueron rescatados por una carnero alado con el vellón de oro. (Ver Aries.)

3)      Oráculo griego consagrado a Zeus.

4)      En Homero aparece como rey de los Edones de Tracia.

 

Como vemos, Eratóstenes vincula esta constelación al famoso mito del rapto de Europa (Ευρώπη). Europa era hija del fenicio Agenor, rey de Tiro y de Telefasa, aunque según otras versiones era hija de Fénix. Según el mito más popular, Zeus se enamoró de ella al contemplarla mientras jugaba en la orilla con unas amigas. El dios adoptó la forma de un toro (normalmente se le describe de color blanco con los cuernos en forma de creciente lunar) para que las muchachas se acercasen a él. Cuando Europa se subió a lomos de éste, Zeus empezó a correr y se la llevó hasta Creta. Otras versiones, como de la que se hace eco Eratóstenes, no mencionan que Zeus se transformase en el animal, siendo el toro un instrumento de la voluntad divina. Posteriormente, Zeus se unió a Europa en la ciudad cretense de Gortina, en un bosquecillo de sauces (o plátanos) que mantuvieron por siempre sus hojas. Los hermanos de Europa, Cadmo, Fénix, Cílix y Taso, fueron enviados por Agenor en su busca, con órdenes de no volver sin ella. Fénix y Cílix son epónimos de Fenicia y Cilicia. Taso es el nombre de una isla del Egeo y Cadmo fue el fundador de Tebas. Zeus y Europa tuvieron tres hijos: Radamantis, Sarpedón y el mítico rey Minos. Posteriormente, el dios hizo casar a la muchacha con Asterión, hijo de Téctamo y rey de Creta. A la muerte de Asterión, su hijastro Minos ocuparía el trono. Este mito coincide con el de la seducción de Hera por parte de Zeus, teniendo ambos Creta como escenario. Además según algunas tradiciones, Zeus se transformó en águila antes de unirse a Europa (para seducir a Hera se transformó en cuclillo). Para aumentar las coincidencias, se dice que a la muerte de Europa, ésta recibió el título de diosa, y  por otro lado, y según Hesiquio, Hera tenía el título de Europia. Estas características en común hacen sospechar a muchos expertos que, en realidad, Europa fue un doble paralelo de Hera, siendo ambas versiones posteriores de una ancestral diosa minoica y/o micénica.

 

La constelación de Tauro en el atlas de Bayer

 

El otro mito mencionado por Eratóstenes es el de Io ( Ιώ), hija del dios fluvial Ínaco y de Melia (oceánide) y hermana de Foroneo, aunque según otras versiones era hija de Yaso, Tríopas o Pirén. Era una sacerdotisa de Hera, de la cual se enamoró Zeus por los hechizos de Iinge, hija de Eco. Tras unirse a ella, la transformó en una vaca para que su celosa esposa no descubriese la infidelidad. Pero ésta no se dejó engañar, y le pidió a su marido que se la regalase. Después, Hera la puso al cuidado de Argos Panoptes, el de los cien ojos. Sin embargo, Hermes, siguiendo instrucciones de Zeus, consiguió dormir al gigante con una flauta, tras lo cual le dio muerte. Hera, en venganza, mandó a un tábano para que molestase continuamente a la vaca, por lo que ésta huyó, pasando por Dodona, el mar Jónico (llamado así en su nombre) y por el Bósforo (“paso de la vaca”), hasta llegar a Egipto, donde Zeus le devolvió la apariencia humana, y gobernó Menfis. Tuvo además dos hijos: Épafo y Libia.

Otras versiones menos populares identificaron esta constelación con el toro de Pasifae, y hay una tradición que habla de Astarté taurocéfala (Eusebio, Pr. Evang, I 10, 31). La relación con Egipto que ya se apuntaba en el mito de Io, llevó a algunos a identificarla con el buey sagrado egipcio-helenístico Apis (Luciano, Astrol. 7).

 

Las continuas referencias a Creta en el caso de Europa son usadas por aquéllos que defienden un origen cretense para estas constelaciones. En este punto, quizás sería interesante recordar la tremenda importancia que tenía el toro en la sociedad minoica, objeto central de innumerables cultos y ritos que todavía no se comprenden en su totalidad. De todas formas no está claro si la relación de la constelación con el mito es debida a que los griegos tomaron aquélla de los cretenses, o si simplemente se trata de una forma de asociar una leyenda grecolatina a una constelación ajena a la cultura griega. Puesto que sabemos con seguridad que los mesopotámicos conocían esta constelación antes que los griegos (ni Hesiodo ni Homero mencionan a Tauro, sólo a las Híades y a las Pléyades), la segunda explicación parece más probable, a no ser que se trate de una constelación conocida desde tiempos prehistóricos en una gran parte del mundo, como sugieren algunos estudiosos.

 

En cuanto a las Híades (Ύάδες), eran conocidas por los griegos antes que la propia constelación de Tauro, pues como ya mencionamos, Homero y Hesiodo sólo hacen referencia a éstas y a las Pléyades:

 

Y cuando se oculten Pléyades, Hiades y la fuerza de Orión, entonces, después de recordar la labor propia de la estación, sumerge el grano en la tierra.

 

                                   Trabajos y días, (Verano), 615-617

 

    Los griegos incluían en este grupo a la brillante y llamativa Aldebarán, que posteriormente se vería como uno de los ojos del toro, mientras que las Híades forman un figura en V, recordando al hocico de la bestia.

El mito de las Híades aparece estrechamente ligado con el de las Pléyades, pues eran hermanas. Su nombre parece que significa “hacedoras de lluvia” o “lluviosas”, sin duda debido al papel que jugaban como marcadores del calendario agrícola, tal y como nos comenta Hesiodo, ya que marcaban el inicio de la estación de las lluvias. Según la tradición más popular, fueron las ninfas que ejercieron de nodrizas del dios Dioniso en Nisa, para luego entregarlo a Ino, y luego huyeron con su abuela Tetis y fueron rejuvenecidas por Medea. Por su labor, Zeus las transformó en estrellas. Eran hijas de Atlas y Pléyone (según otras versiones de la oceánide Etra), y sus nombres varían enormemente según los autores. Eratóstenes menciona los de Eudoría, Fésile y Ambrosía, aunque otros citan también Feo, Polixo, Dione y Corónide. Su numero solía ser de cinco, aunque a veces se llegaron a nombrar siete, sin duda por analogía con las Pléyades. Esta indeterminación a la hora de nombrarlas puede deberse al gran numero de estrellas que, a simple vista,  forman este cúmulo, por lo que hoy día ninguna de ellas tiene nombre oficial asignado, a diferencia de las Pléyades. Otra versión, también mencionada por Eratóstenes, que las hace hermanas de Hiante, parece ser posterior. Una tradición romana popular veía en este asterismo unos cerditos.

 

    Como dijimos antes, esta es una constelación de origen mesopotámico, pues en las tablas Mul-Apin aparece como una de las dieciocho constelaciones zodiacales bajo el nombre de Gud-an-na, en sumerio “el toro celeste” o “el toro de An”, pues An (en sumerio “cielo”) era uno de los tres dioses más importantes de la mitología sumeria, quizás el principal antes del 3000 a.C., aunque su importancia fue declinando en favor de Enlil. Pese a su nombre, los babilonios y asirios asociaron esta constelación a otro dios: Adad (Ishkur para los sumerios), el dios de la tormenta y/o del trueno, que solía representarse sosteniendo un rayo en una mano y un hacha en otra, de pie sobre un toro. Adad estaba vinculado con la diosa Shala, era hijo de Anu (An de los semitas) y sirvió a Enlil durante el diluvio para exterminar a la humanidad. Esta divinidad fue extremadamente popular en el Oriente Medio y ejercería una influencia importante en otras culturas, de ahí los dioses emparentados, como el hurrita Teshup o el cananeo Hadad. En los kudurrus, este dios aparece representando a la constelación de Tauro mediante un toro con un rayo doble en su lomo, o bien solamente este último.

 

Imagen del periodo seléucida (siglo II a.C.) donde podemos ver, de izquierda a derecha, las siete estrellas representando las Pléyades (la inscripción cuneiforme en medio se lee Mul-Mul), la Luna y el Toro Celeste.

 

    Sin embargo, y como sucede en el caso de otras constelaciones mesopotámicas, esta constelación era ya conocida antes de asignarle la relación con Adad. Así, Tauro aparece mencionada en el episodio de Gilgamesh y el Toro Celeste que se sumaría posteriormente a la Epopeya de Gilgamesh. La Epopeya propiamente dicha parece que data, en su versión babilonia, del siglo XVIII a.C.. Sin embargo, el episodio del Toro Celeste se remonta hasta los tiempos de la III Dinastía de Ur, durante el llamado “renacimiento sumerio” (2100-200 a.C. aprox.). El hecho que se mencione el Toro Celeste en otros fragmentos literarios de la época sin conexión con el héroe Gilgamesh induce a pensar que quizás se trate de un episodio mucho más antiguo. En la Epopeya se nos narra como Gilgamesh y su amigo Enkidu, matan al legendario gigante Humbaba, guardián de un bosque, tras lo cual la diosa Inanna (Ishtar para los semitas) se enamora de Gilgamesh e intenta seducirlo. Éste, sin embargo, la rechaza de forma despectiva, por lo que Inanna, despechada, solicita a su “padre” An que mande el Toro Celeste para castigar al héroe:

 

            Ishtar, tras abrir la boca,

                Tomó la palabra

                Y le habló

                A su “padre” Anu:

                “Crea para mí, oh “padre”, el Toro Celeste,

                Para que yo mate a Gilgamesh,

                E incendie

                Su Morada.

 

            Epopeya de Gilgamesh (traducción de J. Bottéro), Versión Ninivita, Tablilla VI, 93 95

 

Anu accede y da vida a la constelación, que se convierte en un terrible animal, causando estragos en la ciudad de Uruk. Al final, Enkidu y Gilgamesh lo matan, para gran enfado de Ishtar.

 

Tauro, las Híades y las Pléyades en Mesopotamia

 

Todo lo dicho hasta este punto nos sugiere fuertemente que estamos ante una constelación cuyos orígenes se remontan hasta la prehistoria. Para reforzar este hecho tenemos la conexión en la cultura mesopotámica del toro con la primavera y del león con el verano. Como vimos cuando hablamos de Leo, esta relación parece tener un origen astronómico que se remonta al cuarto milenio a.C., cuando el equinoccio de primavera tenía lugar con el sol en la constelación de Tauro, y el solsticio de verano en la de Leo. Por cierto, es posible que esta conexión se mantuviese viva en el Imperio Romano hasta el auge del cristianismo bajo la forma de la religión mitraica. El eje central de esta religión eraen la tauromaquia, el acto del dios matando a un toro. Muchos investigadores (Ulansey) ven implicaciones astronómicas en los ritos mitraicos. Mitra era el dios iranio del sol (aunque la religión mitraica que florecería en tiempos romanos sería totalmente diferente), por lo que tenemos un paralelismo con las escenas mesopotámicas de la lucha entre el león y el toro. Además, a Mitra se le solía representar como un león, con lo que la analogía sería total. También se ha propuesto que la figura de Mitra estaría representada en la bóveda celeste por Perseo

 

Sin embargo, muchos proponen ir incluso más atrás en el tiempo, e incluso identifican las pinturas rupestres de Altamira o Lascaux con mapas celestes, en los que se puede ver la figura de un toro (en realidad un auroch). Esta hipótesis no es tan descabellada como pudiera parecer a primera vista, pues al fin y al cabo, es seguro que las estrellas tuvieron que causar una fascinación especial en estas poblaciones prehistóricas de religión básicamente animista, y después de todo, la representación de las figuras celestes imaginarias no denota ninguna tecnología ni conocimientos inexplicables. El investigador alemán Michael Rappenglück (ver Belmonte) ofrece el año 15300 a.C. como posible fecha para la creación de las pinturas, en pleno periodo Magdaleniense, puesto que por entonces las Pléyades marcaban el equinoccio de otoño. Muchos investigadores apelan a esta teoría del Toro prehistórico para explicar la conexión de ciertos mitos en distintas mitologías, ya que en su forma actual, la constelación representa sólo la parte delantera del animal, pero si hacemos caso a su origen prehistórico, su figura pudo extenderse por una gran parte del cielo, aunque no está muy claro hacia donde.

 

    Algunos proponen que tanto la Osa Mayor como la Menor pudieron considerarse los cuartos traseros de la bestia, lo que explicaría la tradición egipcia que ve en estas constelaciones una pata de buey (ver Osa Mayor), aunque por otro lado entra en conflicto aparente con la teoría que otorga a la Osa Mayor una antigüedad e importancia similares, a no ser que se tratase de dos mitos prehistóricos independientes, siendo quizás el de la Osa propio de regiones norteñas y el del Toro de zonas más meridionales.

Aunque la hipótesis del gran Toro Celeste no está demostrada, lo que sí parece más probable es que, en tiempos más cercanos, los cuartos traseros del toro se extendiesen hacia la derecha, en la constelación de Aries, para ser eliminados al introducir esta constelación (ver Aries).

 

 

Nombres de las estrellas:

 

 

α Tau (0.86m): Aldebarán, del árabe antiguo Al Dabaran, “el seguidor [de las Pléyades]” o de Na’ir Al Dabaran, “el brillante del seguidor”. Los romanos la denominaban Palilicium, en referencia a las Palilia, las fiestas dedicadas a Palas, que marcaba el aniversario de la fundación de Roma (el 21 de Abril del 753 a.C.). Ptolomeo la llamó “el portador de la antorcha”. Los persas la denominaron Paha, “el seguidor”, pues era una de las cuatro estrellas reales, junto con Antares, Regulus y Formalhaut. En Mesopotamia recibía el nombre sumerio de Giš-da, el “surco del cielo”. Aben Ezra (siglo XII d.C.) se refirió a ella como Kimah. En el Uranometria de Bayer se le llamó Subruffa, debido a su color rojizo. Según R.H. Allen, otros nombres árabes eran: Al Fanik, “el camello”, Al Fatik, “el camello gordo” y Tali al Najm o Hadi al Najm, que hace referencia a su posición como “lider” o “conductor” de las Pléyades, que se refleja en el nombre latino Stella Dominatrix. Otro nombre popular es Oculus Tauri, haciendo referencia a la posición de la estrella en la figura celeste.

 

β Tau (1.65m): El Nath, del árabe Al Natih, “el que embiste”, debido a que marca la posición del cuerno izquierdo del Toro). En Babilonia recibía el nombre de Shur-markabti-sha-iltanu, “la estrella en el toro hacia el norte”.

 

 


 

 

PLÉYADES

 

 

Aunque actualmente forman parte de la constelación de Tauro, las Pléyades (M45) eran en la Antigüedad un asterismo independiente de vital importancia para muchas civilizaciones a lo largo del mundo. Hoy en día no se las considera una “constelación”, sino un asterismo, pero es preciso recordar que esta distinción no existía en el mundo antiguo. Este protagonismo viene dado por ser uno de los objetos celestes que más destacan. Al ser un cúmulo de seis estrellas visibles a simple vista distribuidas en una región pequeña del cielo ha llamado la atención de todos los observadores del cielo. Sin duda gran parte de su importancia se debe al hecho de que marcaron el equinoccio de primavera hacia el año 3000 a.C., coincidiendo con el nacimiento de muchas civilizaciones avanzadas. Para los griegos era un asterismo importantísimo, pues era el principal marcador del calendario agrícola, así como uno de los pocos conjuntos de estrellas conocidos por los griegos en época de Homero y Hesiodo, como nos cuenta este último:

 

Comienza la siega cuando nazcan las Pléyades engendradas por Atlas y la siembra cuando se pongan, pues están ocultas durante cuarenta noches y cuarenta días y en el transcurso del año se muestran de nuevo por primera vez cuando se afila la guadaña.

                                   Trabajos y días, 384-388

 

Cuando el que lleva la casa [el caracol] suba desde la tierra a la hojas huyendo de las Pléyades, entonces ya no es época de cavar las viñas, sino que una vez aguzadas las hoces despierta a los esclavos.

 

                                   Trabajos y días, 572-575

 

 

Hesiodo ya menciona el mito que las hacía hijas de Atlas, de donde viene el nombre alternativo de Atlántides, aunque no da detalles sobre su número. Arato nos habla de ellas con más detalle, y podemos ver que sus nombres, tal y como los conocemos hoy día,  ya eran conocidos para él:

 

Al lado de su [de Perseo] pie izquierdo evolucionan en racimo todas las Pléyades. Un reducido espacio las contiene todas, y por sí mismas son débiles para ser contempladas. Entre los hombres son celebradas como las Siete Vías, aunque sean solamente seis las que se ven con los ojos. No es que en modo alguno, una estrella ignorada ha desaparecido del cielo, pues también oímos hablar de ella desde su origen, sino que así se cuenta. Las siete son llamadas por un nombre distinto: Alcíone, Mérope, Celeno, Electra, Estérope, Taígete y la venerable Maya. Son igualmente débiles y oscuras, pero son célebres por dar vueltas tanto por la mañana como por la tarde, gracias a Zeus, que las hizo señalar el comienzo del verano y del invierno y la llegada de la labranza.

 

                                   Fenómenos, 254-267

 

 

Arato cita el número de siete para describir a las Pléyades, lo que desde siempre ha llamado la atención. Eratóstenes nos explica la causa mitológica de la “desaparición” de la séptima Pléyade:

La constelación de las Pléyades se encuentra en el llamado corte del lomo de Tauro. Reunidas en un racimo de siete estrellas, dicen que son las hijas de Atlas, y por eso se las denomina “siete pasos”. Sin embargo no son visibles las siete, sino sólo seis, y se da de ello la siguiente explicación: seis de ellas se unieron a diversos dioses, y la séptima se unió a un mortal. De entre las primeras, tres se unieron a Zeus (Electra, de la que nació Dárdano; Maya, madre de Hermes, y Taígete, de la que nació Lacedemón). Otras dos se unieron a Posidón (Alcione, madre de Hiereo, y Celeno, de la que nación Lico). Se cuenta que Estérope se unió al dios Ares, de cuya unión nació Enómao. Finalmente, Mérope se unió al mortal Sísifo, motivo por el cual no se nos muestra visible. Entre los hombres gozan de muy buena reputación, ya que anuncian el comienzo de la primavera. Su disposición en el firmamento es muy feliz, pues dibujan la forma de un triángulo, según dice Hiparco.

                                   Catasterismos

 

Eratóstenes también hace a las Pléyades (Πληϊάδες) hijas de Atlas, aunque posteriormente sería frecuente atribuir a Pléyone, hija de Tetis y Océano,  su maternidad (junto con la de las Híades e Hiante). Otras versiones hacen madre a Etra, una Oceánide. Esto explica que en la actualidad dos estrellas del cúmulo tengan los nombres de Atlas y Pléyone.

Apolodoro se hace eco del origen de estas estrellas:

 

De Atlante y Pleíone, hija de Océano, nacieron en Cilene de Arcadia siete hijas. Maya, la mayor, se unió a Zeus en una cueva del Cilene y dio a luz a Hermes.

                                   Biblioteca III 10, 1-2

 

Como hemos visto, sus nombres eran conocidos con detalle desde Arato, lo que da muestra de la importancia de esta constelación, sin embargo Higino consideraría a Calipso como una de ellas, y Calímaco las consideraría hijas de una reina de las Amazonas, llamándolas Cocimo, Estoniquia, Glaucia, Lampado, Maya, Partenia y Protis.

 

Según la leyenda, su catasterización fue debida a que el cazador Orión se dedicó a perseguirlas durante cinco años al enamorarse de ellas, por lo que Zeus, apiadándose de su situación,  las convirtió en estrellas. Otra versión posterior recogida por Eustacio la hace compañera de caza de Ártemis, y tras ser perseguidas igualmente por Orión, Zeus las convierte en palomas, sin duda porque su nombre parece significar precisamente “palomas” (πελειάδες), aunque otros sugieren que procede del griego antiguo pleion, “año”. Finalmente otro relacionan pleion con speirei, “grano”, lo que no es extraño dada la tradición agrícola de estas estrellas.

Sin duda, los mitos que nos hablan de su persecución por parte Orión se deben a la posición relativa de ambos grupos de estrellas en el cielo, ya que parece que el cazador persigue a las siete hermanas eternamente.

 

Como nos cuenta Eratóstenes, todas las Pléyades, excepto la desaparecida Mérope, se unieron con dioses para dar héroes. Así, Alcione tuvo de Poseidón a Hirieo (héroe beocio fundador de la ciudad de Hiria), aunque otros autores como Apolodoro menciona que también fue madre de Etusa e Hiperenor, mientras que Pausanias nos habla de que esta unión nacieron Antes e Hiperes, fundadores de Trecén. Celeno tuvo de Poseidón a Eurípilo (rey de Cos muerto por Heracles) y a Lico (habitante de la Isla de los Bienaventurados), aunque Higino opina que de esta unión nació Nicteo (rey de Tebas). Estérope tuvo con Ares a Enómao (rey de Pisa), aunque Apolodoro le considera esposo de la Pléyade. Electra concibió con Zeus a Dárdano (considerado por los troyanos como fundador de la ciudad), pero Apolodoro disiente una vez más e indica que sus descendientes fueron Harmonía (mujer de Cadmo) y Yasión (amante de Deméter). Maya tuvo de Zeus al dios Hermes y otras tradiciones mencionan que también se unió con Sísifo, como Mérope, y dio a luz a Glauco, Halmo (fundador de Halmones), Órnito (padre de los héroes Toante y Foco) y Tersandro (padre de Corono y Haliarto). Taígete, también de la unión con Zeus, tuvo a Lacedemón (héroe de Lacedemonia). Mérope, como cuenta Eratóstenes, se casó con el mortal Sísifo, protagonista de innumerables mitos, el más famoso de los cuales hace referencia a su descenso al inframundo tras ser asesinado por Teseo. Suplicó a Hades que le dejase regresar al mundo de los vivos para castigar a su esposa por la indiferencia que había mostrado. El dios accedió, pero Sísifo no volvió. Tras ser devuelto al Tártaro por Hermes, fue condenado a arrastrar una piedra hasta la cima de una montaña por toda la eternidad.

 

    Este asterismo era también muy importante en Mesopotamia, pues marcaba el comienzo del año. Su nombre en sumerio era Mul-Mul, “estrellas”, lo que denota la importancia dada a esta constelación. Se trata ni más ni menos que del nombre más antiguo conocido asignado a un astro. Su importancia era tal que desde muy pronto representaban al dios Enlil, el señor del panteón sumero-acadio, que después sería desplazado por Marduk en Babilonia y Asur en Asiria.  Desde muy pronto se represento con un símbolo formado por siete puntos, que representaban además de a Enlil, a los Siete Dioses benefactores llamados Sebittu (Iminbi en sumerio), hijos de la diosa Ishhara en algunas tradiciones o del dios Enmesharra en otras.  Aquí volvemos a la tradición griega clásica que también nos habla de siete Pléyades. Este hecho ha intentado ser explicado por muchos como prueba de que una de las Pléyades “desapareció” en los primeros tiempos históricos. Además, muchas otras leyendas en varias civilizaciones alrededor del mundo hablan de una Pléyade perdida. Puesto que son un cúmulo de estrellas jóvenes (alrededor de 80 millones de años) muchas de sus componentes han pasado por periodos de inestabilidad lumínica. En concreto se ha sugerido en tiempos modernos que la Pléyade conocida actualmente como Pleyone (28 Tau, magnitud 5.09v) pudo ser la “desaparecida”, pues se sabe que posee una variabilidad de hasta media magnitud.

 

 Mul-mul, las Pléyades en caracteres cuneiformes tardíos

 

Las Pléyades han recibido innumerables nombres a lo largo y ancho del planeta, como Subaru en Japón, aunque en la tradición popular española se han mantenido las “Siete Hermanas”, las “Cabrillas” o el “Pequeño Carro”, por la similitud en la forma del asterismo con la Osa Mayor.

 

 

Nombres de las estrellas:

 

η Tau, 25 Tau (2.86m): Alcyone.

 

27 Tau (3.62m): Atlas.

 

17 Tau (3.7m): Electra.

 

20 Tau (3.86m): Maya.

 

23 Tau (4.17m): Mérope.

 

19 Tau (4.29m): Taígete o Taygeta.

 

28 Tau, BU Tau (5.09mv): Pleyone.

 

16 Tau (5.44m): Celeno o Celaeno..

 

21 + 22 Tau (6.64m y 6.41m): Astérope o Estérope. 

 

 

 


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